Elena, obrera del barrio Cidral, seca el sudor de su frente mirando al cielo con esperanza. Anhela el día en que pueda escapar de las torturas, los castigos y los prejuicios. En sus sueños corre por el campo, libre, sin ataduras, sin hombres que la desnudan. Invocando a los Orishas, grita: « ¡Sáquenme de aquí, quiero ser libre como los vientos!» Allí, bajo la sombra de un cidro yace Elena, de quien los vientos cuentan su historia.
Son dueños de mi cuerpo;
No puedo decidir lo que quiero.
Todos son consejos,
pero ninguno con derecho.
Todos opinan,
me dan la espalda y flores con espinas.
Soy un objeto
que si desaparezco
comienzan los regaños y pretextos.
No me quieren,
hasta que me muero.
Esas son las sabias palabras de mi pueblo.
Deshumanizado y cosificado.
¿No es así que fuiste creado?
Creador de las mercancías,
por luchar nada perderías.
De la fábrica sales mutilado;
el sueldo te mantiene silenciado.
Organizados hay razón,
Y luchando verás la unión.